Ramón Íñiguez Franco camina con zancada larga por las calles de Obregón. A querer o no, va poniendo el ejemplo de reducir emisiones contaminantes cuando el cambio climático no es todavía tema de preocupación, aunque ya la sociedad industrial lleva un siglo calentando la atmósfera y durante varios lustros alguna gente de ciencia ha venido cavilando al respecto. Cuando sienta la necesidad de aumentar la velocidad para ir de un trabajo a otro, Ramón sentará moda con la bicicleta o se comprará una moto, el medio de transporte particular motorizado más eficaz por su comodidad y economía. Entonces su figura de dos metros encorvados sobre el vehículo de dos ruedas quedará estampada en la memoria de dos que tres cajemenses, como una caricatura de El Fisgón.

En su caminar por la vida, Ramón se estableció en Cajeme y tan desolador debió parecerle el ambiente cultural que decidió encomendarse a San Juan Gutenberg para convertirse en promotor y guardián de la letra impresa. La máquina de escribir, su más leal compañera, llegó a ser una extensión de sus dedos que a su vez eran fiel extensión de sus hiperactivas neuronas. Dominaba el artefacto al grado de realizar largas entrevistas en escritura simultánea. Al final de la conversación, sacaba del rodillo la última hoja y enviaba la entrevista a captura casi sin necesidad de corrección.

 

 
 

 

 

Ramón abrió dos caminos y cabalgó ambos como en una suerte de charrería: se convirtió en el factor sine qua non para la creación de una biblioteca a la altura del futuro de Cajeme. Y se encargó de dar continuidad a las páginas de periodismo literario que habían vivido y volverían a vivir momentos de gloria.

 

La biblioteca brilló no sólo por su acervo siempre actualizado sino por la capacidad de inclusión como reflejo de una de las más notables cualidades de su artífice. La pluralidad en el acceso a los espacios culturales de la biblioteca fue un hecho desde cuando existían autoridades políticas o fácticas capaces de ponerse trémulas por ello.

 

Asimismo, Quehacer Cultural bajo la dirección de Ramón se nutrió de la vena de muy variada gente de letras, prácticamente de todo quien tuviera algo qué decir y pudiera escribirlo con apego a la gramática, desde plumas reconocidas a las no tanto. Aparte de su gran capacidad de trabajo, todavía se recuerda con asombro la habilidad de Ramón para armonizar en su labor cultural a la élite con los de abajo.

Ramón se recupera de tres infartos al hilo. En la cama de hospital, está conectado a una botella de suero y otra pequeña manguera transparente lleva oxígeno a su nariz. Aparte de sus familiares, debo ser una de sus primeras visitas. Apenas me ve, sin mediar ni el saludo, impensadamente me espeta:

—Dile al Carlitos que pronto voy a necesitar su escrito, que me lo mande.

—Se lo diré…

Tras modificar sus hábitos alimenticios y algunas rutinas pero sin reducir visiblemente su carga de trabajo, Ramón sobrevivió muchos años al percance vascular. Para nuestra fortuna y la de sus seres queridos.

A mitad de los ochenta me había entregado un fajo de cuartillas con una colección de sus poemas para que los ilustrara. Yo hacía acuarelas desde siempre y puse en sus manos alguna que otra. Por entonces realizaba también dibujos a tinta en los que era muy notoria mi admiración por Picasso (así le pondremos). Por ser más acorde a las características de la edición, elaboré con esa técnica una decena de viñetas para sus versos libres —“si no fueran libres, no los hubiera escrito”— reunidos en Memoria a golpe de teclas, de la colección Granos de Trigo, del área de difusión cultural del ITSON. Con el concurso de Ramón, esa casa de estudios tuvo probablemente su época de extensionismo cultural más notable.

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Ramón sostiene en brazos a mi hija menor, sentado en la pequeña sala de mi casa. A través de sus anteojos de miope, mira directamente a la cámara. Quizás piensa en lo que sentirá cuando pueda abrazar a uno de sus nietos. Tal vez sus hijos y los hijos de sus hijos están en sus reflexiones cuando reconoce el impacto de su obra cultural en las nuevas generaciones, con la esperanza expresa de que no cometan las mismas tonterías que nosotros. Quizás ahora que posa con su calva decente, sólo está en modo de complacer el orgullo y la estimación de un amigo. Lo cierto es que la aportación de este hombre a la cultura y a la formación de la niñez y las juventudes de Cajeme es inconmensurable.

Alfredo Acedo